Creo que en mi estado
natural soy una criatura sexual – que nuestra sexualidad es un don y que es una
parte de lo que nos hace estar completos. Me siento bien cuando se mueve mi
cuerpo – bailando, haciendo ejercicio, todo movimiento físico es algo bueno
para mí. Creo que una parte de honrarme a mi mismo es reconocer mi naturaleza
sexual como una parte de todo mi ser y que tiene la posibilidad de brindarme
alegría a mi vida. Mi viaje implica volver a conectar mi espiritualidad con mi
sexualidad.
Aprendí a una corta edad que una buena forma de atraer la
atención que anhelaba y que me hacía sentir con poder era comportarme de manera
seductora. Para cuando tenía dieciocho años tenía plena confianza en mis habilidades
para manipular al sexo opuesto y se me hacía un juego. Pensaba en mi misma como
muy independiente y no “necesitaba” ningún hombre en particular de la forma en
que definitivamente “necesito” a mi familia y amigos.
Ahora creo que este era un mecanismo de defensa porque no
me sentía protegida.
Recuerdo cuando era niña varias ocasiones de abuso sexual
por un miembro de mi familia y encuentros sexuales con otros hombres. También tengo
la sospecha de que puede haber otras ocasiones que he “bloqueado” o tal vez fue
que había mucha energía sexual en los adultos a mi alrededor. Empecé a
masturbarme antes de tener recuerdos y me castigaron mis padres por esto y mi
hermano y hermana se burlaron de mí. Recuerdo haber pensado – Cuando tenga diez
años ni siquiera me acordaré de haber hecho esto.- solo para que llegaran y se
fueran los diez años con el mismo secreto vergonzoso aun existiendo.
Cuando tuve suficiente edad para ser niñera hurgaba entre
los cajones buscando ropa interior y literatura de contenido sexual. En
ocasiones fingía estar enferma para que me pudiera quedar sola en casa para
masturbarme. Empecé a usar distintos objetos para masturbarme y empecé a
exhibirme en las ventanas de nuestra casa.
En mis años de adolescente empecé la actuación con
relaciones sexuales, drogas y alcohol. Una noche cuando tenía quince años hice
una oración a Dios y le dije que me “daba de baja,” mientras que elegía
conscientemente vivir “la vida loca.” Mi relación con Dios era demasiado
incongruente con mi vida imprudente de ese entonces para seguir teniendo las
dos.
La “relación” que más me emocionaba era una en la que un
muchacho un par de años mayor que yo me usaba descaradamente. Era evidente que
me excitaba que me usaran emocional y sexualmente. Actuaba de una manera al parecer
contradictoria – necesitaba respeto y protección pero actuaba demasiado atrevida
e independiente. Ahora veo que esto obstaculizaba una verdadera intimidad en
mis relaciones.
En la universidad encontré a otras muchachas “locas” y
juntas salimos en busca de la máxima descarga de adrenalina. Parecía que yo
siempre andaba en busca de algún tipo de emoción mejor, mayor o alternativa.
Había noches cuando estuve en la cama llena de vergüenza y remordimientos, pero
también hubo experiencias felices y sanas durante esos años. Pasaba entre mis
gemelas “buena” y “malvada” para cubrir las necesidades de ambos lados de mi personalidad.
Empecé a trabajar a los veinte años como desnudista los
fines de semana. ¡Esa sí que era una doble vida! Tenía mi trabajo en mi
especialidad durante la semana y los fines de semana tenía lo que era la
experiencia más satisfactoria que había tenido – exhibirme ante un salón
repleto de hombres me satisfacía de una forma que nada más lo había hecho.
Bailé por más de un año pero con el tiempo era demasiado agotador y estaba
deprimida por toda la bebida y el consumo de drogas que había. Necesitaba un
estilo de vida más sano.
Ahora que contemplo mi vida, puedo ver claramente cómo
había establecido una doble vida. Fui
una persona sobresaliente. Trabajaba con tesón y jugaba igual. Necesitaba del
éxito en otros aspectos de mi vida para equilibrar mi “lado oscuro.” Aunque
aprendí a equilibrar mis dos vidas me preguntaba por qué era tan diferente de
mis amigas, especialmente en como se relacionaban con los hombres. En muy raras
ocasiones tuve una relación sexual exclusiva y cuando sí lo tuve no fui capaz
de serle fiel a una sola pareja.
Me sentía mal acerca de no ser honesta así que por lo
general evitaba cualquier insinuación de una relación formal. Al mantenerme
alejada era capaz de cuidar mi independencia y proteger a mis “novios” de mis infidelidades.
Pensé que nunca sería capaz de serle fiel a una persona. Ni siquiera pensaba
mucho en el matrimonio, pero cuando cumplí veintinueve años conocí a mi futuro
esposo y todo parecía estar bien. Durante los primero años cuando estaba
teniendo a mis hijos estuve casi sin conductas adictivas y de hecho no tuve
ningún sentimiento de querer actuar en forma sexual. Mi cuerpo estaba pasando
por tantos cambios y mi tiempo y mis emociones estaban ocupados con mis hijos.
Era lo más feliz que había sido, pero mi esposo y yo no nos sentíamos unidos.
Cada vez fui menos capaz de sentirme sexual hacía él y utilizaba el alcohol
cuando estábamos juntos para aliviar mi incomodidad.
Acepté mi falta de interés como parte de la vida de
casados hasta que conocí a alguien que disparó mi adicción sexual. Mi vida se
empezó a derrumbar en todas formas. Cuando mi adicción sexual volvió a iniciar
también regresé al abuso del alcohol. Mi esposo pronto descubrió que yo tenía
una relación sexual con otra persona y yo descubrí que él tenía un problema con
la cocaína. Con el tiempo empecé a utilizar cocaína con mi esposo con la
esperanza que utilizar drogas satisfacerla mi necesidad de una sensación de
satisfacción intensa y me mantendría alejada de problemas de infidelidad.
Con el tiempo me di cuenta de que mi mayor problema no
era la actuación sino tener fantasías constantes acerca de la actuación, al
grado que me distraía completamente de mi trabajo, mis hijos y mi matrimonio.
No podía dormir bien y perdí mi apetito. Tenía los síntomas clásicos de una
drogadicta.
Pronto me involucré con otro hombre y me hice adicta a
nuestras comunicaciones por correo electrónico. Podía estar sentada en frente
de mi computadora totalmente drogada sin que nadie se percatara de lo que
estaba sucediendo. Esta forma de actuación caía dentro de mi necesidad de
guardar secretos que había tenido de por vida.
Mi vida se tornaba cada vez más ingobernable con el mayor
consumo de alcohol y drogas. Consumir drogas mientras era una madre era
completamente inaceptable para mí, pero no lo podía dejar de hacer. Al fin me
di cuenta de que no había forma de que yo pudiera recuperar el control de
cualquier parte de mi vida sin dejar el alcohol y las drogas y empecé a asistir
a juntas de doce pasos por el alcohol y las drogas. Sin embargo, en ese tiempo
no tenía ningún interés en dejar mis conductas sexuales adictivas. De hecho yo
no sabía que eran una adicción. Pensaba que con alejarme del alcohol y las
drogas solucionaría mis otros problemas pero solo resultó ser el paso necesario
para que yo pudiera ver que tenía una adicción a la fantasía sexual.
A los seis meses de sobriedad mi esposo entró a
rehabilitación por su abuso del alcohol y la cocaína. Durante su tratamiento
estuve involucrada en su recuperación, y fue allí en donde por primera vez
estuve completamente consciente de qué tan fuerte era mi adicción sexual.
Empecé a ver que todas las cosas que la cocaína le hacía era lo que me pasaba
cuando “usaba” la fantasía sexual. Cuando tenía preguntas críticas acerca de su
adicción me preguntaba a mi misma - ¿Existe alguna forma en que yo hago lo
mismo con mi preocupación con la fantasía sexual? – La respuesta generalmente
era que sí.
Tenía que tener mi tiempo privado lejos de mi familia
para que pudiera tener mis fantasías en paz. Me irritaba cuando mis hijos
“interrumpían” mis fantasías. Al fin pude ver lo completamente obsesionada que
estaba con obtener la sensación de satisfacción a través de la fantasía sexual.
Era como si yo llevara una dosis de cocaína en mi cuerpo que podía activar
inmediatamente y en silencio.
No pude encontrar una junta de Sexo Adictos Anónimos para
mujeres que se reuniera durante el día en mi área, así que formé una. Esta junta
resultó ser la herramienta más importante de mi recuperación. En esta pequeña
junta recibo el apoyo y ánimo que necesito para enfrentar los problemas de mi adicción.
Otra herramienta que me ayudó a encontrarle sentido a mi adicción fue mantener
un diario personal. Creo que fue importante anotar los “pros” y “contras” de
algunas de mis conductas de actuación. Pude reconocer por qué mi adicción era
tan “astuta, desconcertante y poderosa.”
Al fin pude reconocer que mi actuación era una forma de
que no me vieran. Solía llamar a esa parte de mí “mi malvada gemela,” pero
ahora la veo más bien como una niña hambrienta. Tuve que darme cuenta de que
necesitaba alimentar a la niña hambrienta, no negar su existencia. La única
forma que ella conocía para sentir que la veían era a través de ser sexual.
Con mi relación recién creada con Dios y las herramientas
del programa pude reconocer el dolor y pérdida de lo que sucedió y no sucedió
en mi infancia. Durante este período de pesar parecía que lloraba cada vez que
me quedaba sola. Pero este llanto era bueno; fue el momento decisivo. Aceptar
el dolor, sentirlo y dejarlo ir fue lo que me permitió sentir la serenidad y
paz que el programa brinda.
Es una sensación liberadora no tener relaciones en mi
vida que necesitan ser controladas o escondidas. No necesito preocuparme por
encubrir nada, y esto me deja libre para estar “en el momento.” Soy capaz de
estar viva otra vez en mis relaciones primarias – me siento como una “mami” de
verdad para mis hijos.
Ahora se que tener aventuras amorosas o hasta tener
relaciones que se sientan como aventuras amorosas es peligroso para mí y me
lastima. No vale la pena sacrificar mi sobriedad o hacer que mi pareja se
sienta inseguro por ellas.
Todavía lucho por saber cómo tener intimidad en mi
matrimonio. También intento encontrar seguras y sanas de abrirme a los demás,
para sentir que me ven. Trato de encontrar formas de que me conozcan que apoyan
a todo mí ser, incluyendo a mi espiritualidad.
Libro Verde de Sexo Adictos Anónimos, pag 234
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